domingo, 11 de julio de 2010

HOMENAJE A EVA PERON - por Catalina Pantuso

Homenaje a 50 años de la muerte de Eva Perón

Una mujer con luz propia

Por Catalina Pantuso
catalina@octubre.org.ar
María Eva Duarte nació en la localidad de Los Toldos, Junín, provincia de Buenos Aires en 1919. Inició su carrera como actriz de radioteatro en 1935, en la compañía de Eva Franco, e interpretó diversos papeles en teatro y en cine. En enero de 1944 conoció a Juan Domingo Perón —cuando era vicepresidente de la Nación— en un festival a beneficio por los damnificados del terremoto de San Juan y se casó con él el 23 de octubre de 1945.

La figura de Eva Perón inspiró a grandes artistas argentinos y extranjeros que, de diferentes maneras y con visiones contradictorias, transmitieron la fuerza y el misterio de esta singular mujer argentina. Entre los poetas se encuentran Leopoldo Marechal, Alberto Vaccarezza (h), Alfredo Carlino, José María Castiñeira de Dios, Cátulo Castillo, María Granata, Juan Sasturain y Fermín Chávez.

Algunos narradores que pueden citarse son Rodolfo Walsh, el talentoso periodista que en su libro Los oficios terrestres (1965) incluyó el relato Esa Mujer —donde trata el tema del secuestro y peregrinaje del cadáver de Evita— que se vio por televisión en 1984, con las actuaciones de Ricardo Darín y Arturo Maly. Guillermo Saccomano en su novela Roberto y Eva. Historia de un amor argentino (1989) realiza un asombroso trabajo intertextual. Osvaldo Guglielmino escribió Eva de América y también merecen destacarse dos novelas históricas: La pasión según Eva de Abel Posse y Santa Evita de Tomás Eloy Martínez.La ópera rock inglesa Evita —en la que se incluye el tema No llores por mí, Argentina— de Rice y Lloyd Webber obtuvo su consagración en Broadway, en 1979, con Patty Lupone. Nacha Guevara interpretó el rol protagónico del musical Eva, estrenado en el teatro Maipo en 1986, con textos de Pedro Orgambide y música de Alberto Favero. Mónica Ottino escribió la pieza teatral Eva y Victoria (1993) interpretada por Luisina Brando en el papel de Eva Perón y China Zorrilla como Victoria Ocampo. La obra de Leónidas Lamborghini Eva Perón en la Hoguera fue puesta en escena por Cristina Banegas, con dirección de Iris Scaccheri en el Foro Ghandi (1994).

En las últimas décadas se realizaron varios filmes sobre su vida con la participación de actrices como Faye Dunaway, Ester Goris y Madonna. Sin duda la mejor película fue Evita (quien quiera oir que oiga), un documental de Eduardo Mignona con Flavia Palmiero y música original de Litto Nebbia.

A 50 años de su fallecimiento Evita se proyecta en infinidad de imágenes y discursos. En algunos se la rescata tal como el pueblo argentino la denominó en vida: “Madre de los Humildes”, “Dama de la Esperanza”, “Hada de la Esperanza” o “Jefa Espiritual de la Nación”, en otros se la presenta como una luchadora implacable con un discurso cercano al del Che Guevara. A veces se la coloca en escena como una persona ambiciosa casi sin escrúpulos y, generalmente, se la recuerda como alguien que se atrevió a desafiar los estrechos márgenes de su época y entró en la historia mundial con luz propia. Hoy, millones de argentinos la recuerdan con profundo cariño y agradecimiento.

Desde Soles quisimos recuperar sus opiniones haciéndole un “reportaje virtual”. Evita contesta algunas preguntas desde los dos únicos libros que escribió: La Razón de mi vida e Historia del Peronismo. Es importante entablar un diálogo sin prejuicios con esta mujer valiente que supo conquistar intensos amores y odios irracionales.

Reportaje virtual a Evita

En primer lugar podría contarnos cómo despertó en usted el compromiso político.
Hasta los once años creí que había pobres como había pasto y que había ricos como había árboles. Un día oí por primera vez de labios de un hombre de trabajo que había pobres porque los ricos eran demasiado ricos; y aquella revelación me produjo una impresión muy grande (...) Nunca pude pensar, desde entonces, en esa injusticia sin indignarme, y pensar en ella me produjo siempre una rara sensación de asfixia, como si no pudiendo remediar el mal que yo veía, me faltase el aire necesario para respirar.(1) En mí, la razón tiene que explicar a menudo lo que siento (...) tuve que ir a buscar, en mis primeros años, los sentimientos que hacen razonable, o por lo menos explicable, todo lo que para mis supercríticos es un “incomprensible sacrificio” para mí, ni es sacrificio, ni es incomprensible. He hallado en mi corazón, un sentimiento fundamental que domina desde allí, en forma total, mi espíritu y mi vida: ese sentimiento es mi indignación frente a la injusticia. (2)

En los años 30 y 40 del siglo XX, en la Argentina, crecieron los partidos de izquierda. Había en el país algunos sectores identificados con las ideas del anarquismo y del socialismo. ¿Qué contacto tuvo con estas ideologías?

Leí la prensa de izquierda de nuestro país; pero no encontré en ella ni compañía, ni camino y menos quien me guiase. Los “diarios del pueblo” condenaban, es verdad, al capital y a determinados ricos con lenguaje duro y fuerte, señalando los defectos del régimen social oprobioso que aguantaba el país. Pero en los detalles, y aun en el fondo de la prédica que sostenían, se veía fácilmente la influencia de ideas remotas, muy alejadas de todo lo argentino; sistemas y fórmulas ajenas de hombres extraños a nuestra tierra y a nuestros sentimientos. Se veía bien claro que lo que ellos deseaban para el pueblo argentino no vendría del mismo pueblo. Y esta comprobación me puso de inmediato en guardia (...) (3). La lectura que ellos difundían me llevó, eso sí, a la conclusión de que la injusticia social de mi Patria sólo podría ser aniquilada por una revolución; pero me resultaba imposible aceptarla como una revolución internacional venida desde afuera y creada por hombres extraños a nuestra manera de ser y pensar. Yo sólo podía concebir soluciones caseras, resolviendo problemas a la vista, soluciones simples y no complicadas teorías económicas; en fin, soluciones patrióticas, nacionales como el propio pueblo que debían redimir. Sospeché que aquella gente trabajaba más que por el bienestar de los obreros, por debilitar a la Nación en sus fuerzas morales. ¡No me gustó el remedio para la enfermedad! (...) A mi natural indignación por la injusticia social se le añadió, desde entonces, la indignación que habían levantado en mi corazón, las soluciones que proponían y la deslealtad de los presuntos “conductores del pueblo” que acababa de conocer. ¡Me resigné a ser víctima! (4)

Pero usted no aparece casi nunca como una víctima, sino todo lo contrario. ¿Qué la hizo cambiar?

Me había resignado a vivir una vida común, monótona, que me parecía estéril pero que consideraba inevitable (...) Pero en el fondo de mi alma no podía resignarme a que aquello fuera definitivo. Por fin llegó mi día maravilloso, fue el día en que mi vida coincidió con la de Perón.(5) (...) Muchas veces lo vi, desde un rincón de su despacho de la querida Secretaría de Trabajo y Previsión, él escuchando a los humildes obreros de mi Patria, hablando con ellos de sus problemas, dándoles las soluciones que venían reclamando desde hacía muchos años. Nunca se borrarán de mi memoria aquellos cuadros iniciales de nuestra vida en común. Allí le conocí franco y cordial, sincero y humilde, generoso e incansable, allí vislumbré la grandeza de su alma y la intrepidez de su corazón. (6)

Algunos han interpretado su relación con Perón como un “matrimonio político”, como el complemento de intereses, ¿qué puede decir al respecto?

Nos casamos porque nos quisimos y nos quisimos porque queríamos la misma cosa. De distinta manera los dos habíamos deseado hacer lo mismo: él sabiendo bien lo que quería hacer; yo, por sólo presentirlo; él, con la inteligencia; yo, con el corazón; él preparado para la lucha; yo dispuesta a todo sin saber nada; él culto y yo sencilla; él, enorme y yo, pequeña: él, maestro y yo alumna. Él, la figura y yo la sombra. ¡Él, seguro de sí mismo y yo, únicamente segura de él! (7)

Algunas personas dicen que usted tiene mal carácter, que a veces sus respuestas son tajantes. ¿Esto es cierto?

Reconozco que, algunas veces, mis reacciones no fueron adecuadas y que mis palabras y mis actos resultaban exagerados en relación con la injusticia provocadora. ¡Pero es que yo reaccionaba más que contra “esa” injusticia, contra toda injusticia! Era mi desahogo, mi liberación, y el desahogo lo mismo que la liberación suelen ser a menudo exagerados, sobre todo cuando es muy grande la fuerza que oprime. (8)

Muchos afirman que usted es “demasiado peronista” ¿Qué puede decir con respecto a las acusaciones de fanatismo político que se le hacen?

Sí, soy peronista, fanáticamente peronista. (9) Pero no solamente soy peronista por la causa de Perón. Soy peronista por su persona misma y no sabría decir por cuál de las dos razones más. (10) Los mediocres no recorren sino caminos conocidos; los superiores buscan siempre nuevos caminos.(...) Los mediocres se conforman con el éxito; los superiores aspiran a la gloria, respiran ya el aire del siglo siguiente y viven casi en la eternidad. (...) Los mediocres son los inventores de las palabras prudencia, exageración, ridiculez y fanatismo. Para ellos el fanatismo es una cosa inconcebible. Toda idea nueva es exagerada. El hombre superior sabe, en cambio, que fanático puede ser un sabio, un héroe, un santo o un genio, y por eso lo admira y también lo acepta y acepta el fanatismo. (11)

Hoy la palabra pueblo se usa poco. Los medios masivos de comunicación y muchos políticos suelen hablar de “la gente”; cuando se refieren a los pobres los denominan “sectores con necesidades básicas insatisfechas”. ¿Podría sintetizar lo que, en su época, diferenciaba los términos masa de pueblo?

Yo podría hacer una diferencia fundamental, de lo que es masa y de lo que es pueblo. La masa es un conglomerado sin conciencia colectiva o social; sin personalidad social y sin organización social (...) La masa casi siempre se expresa en forma violenta, no tiene conciencia de su unidad. Por eso es dominada fácilmente (...) El Pueblo, en cambio, siente y piensa; el pueblo expresa su voluntad en forma de movimiento bien orientado, firme y permanente (...) El pueblo está constituido por hombres libres; el pueblo tiene conciencia de su unidad; por eso es invencible y no puede ser explotado cuando es pueblo. (12)

El pasado 1º de julio se cumplieron ya 28 años de la muerte del general Perón, la Argentina vive el momento más difícil de su historia y el peronismo no encuentra su rumbo. ¿Qué le diría a sus compañeros peronistas de hoy?

Les recordaría que para evitar que se desvirtúe el peronismo hay que combatir los vicios de la oligarquía con las virtudes del pueblo. No deben olvidarse que los cuatro vicios de la oligarquía son: en primer término el egoísmo (...), en segundo lugar está la vanidad que trae consigo la mentira y la simulación, y cuando se entra en la mentira y la simulación, el hombre deja de ser constructivo dentro de la sociedad. En último término tenemos la ambición y el orgullo. Las virtudes del pueblo son: en primer término la generosidad,(...) luego la sinceridad, que es la virtud innata de nuestro pueblo, que habla de su franqueza (...) y el desinterés. ¡Y la humildad, que debemos tenerla tan presente! El peronista nunca dice: “yo”. Ese no es peronista. El peronista dice “nosotros”. (13) No debemos tener más que una sola ambición: la de desempeñar bien nuestro cargo dentro del Movimiento. Como dijo el general Perón: “no son los cargos los que dignifican a los hombres, sino los hombres los que honran los cargos”. (14)

Para terminar, quisiera preguntarle cuáles son sus ambiciones personales.

He dicho que no me guía ninguna ambición personal. Y quizás no sea del todo cierto. Sí. Confieso que tengo una ambición, una sola y gran ambición personal: quisiera que el nombre de Evita figurase alguna vez en la historia de mi Patria. Quisiera que de ella se diga, aunque no fuese más que en una pequeña nota, al pie del capítulo maravilloso que la historia ciertamente dedicará a Perón, algo que fuese más o menos esto: Hubo, al lado de Perón una mujer que se dedicó a llevarle al Presidente las esperanzas del pueblo, que luego Perón convertiría en realidades. De aquella mujer sólo sabemos que el pueblo la llamaba, cariñosamente, Evita.

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